Asi no, atleti, no

Recién llegado del comedero de pipas en el que fulminamos los paquetes por no comernos las uñas, ¡qué digo uñas! ¡Los codos! no queda apenas tiempo para hacer un repaso de lo vivido, de lo sufrido, de la resignación, no queda otra, porque la vida nos empuja en el resto.

Salimos ilusionados, volvimos decepcionados, algunos cabreados, no merece la pena. Esto es, el aficionado realmente no sé a qué va al campo, pues una vez ubicado no pretende ver buen fútbol, sabe que no se practicará, si acaso, serán pinceladas que promueve la casualidad; sabe que tendrá que aguantar el insufrible despropósito continuo propio de pseudo profesionales; sabe que sufrirá el mareante vértigo de la incertidumbre de un resultado, allá por el minuto 80’, y que efectivamente más nos hubiera valido pedir la hora y que hubiese llegado pronto, así habríamos evitado el tropiezo, una vez más. ¿Hasta cuanto tiene que aguantar un aficionado?

Un resultado pasa de muy bueno a decepcionante en apenas un minuto, que a la postre, resulta ser la conclusión. ¿De qué hubiera valido el haber salido del campo con el marcador final a favor? ¿Hubiésemos vivido acaso de las rentas unos días más? ¿No es quizás, más justo un resultado un tanto a favor de un equipo que sí confió en sus posibilidades, y las vio cumplidas, que el habernos llevado los tres puntos, con un juego final confuso, inseguro y rácano?

Yo por mi parte practiqué un novedoso visionado del partido, que consistía en ponerme el mp3 con musiquita, en espera, desde mi introspección, de alguna sorpresa mientras los sudorosos de pantalón corto y que gozan de la mayor parte del espacio de este lugar correteaban a sus anchas. A la salida montañas de pipas por doquier, invadían los escalones de las gradas, como restos de la batalla, que al fin de cuentas siempre es incruenta. La procesión va por dentro.

fdo. Paella.