Ayer, íbamos de concierto. No sabía de quien. Sólo sabía que
era de rock. Imaginaba el típico grupo de chavales enfrascados en sus
urgencias.
Se trataba de un bar de copas en el cual nunca antes había
estado.
Esa mañana, en la panadería en la que asiduamente compro el
pan, por ser de fabricación propia y entiendo yo que de excelente calidad, caí
en la cuenta de una extraña pareja. Ella fea y estropeada, con una barriga
oronda, de tipo cervecero tenía unos ojos entreverados azul verdoso claros que la otorgaba una mirada
incisiva, penetrante, aunque algo locuela; él, feo del tipo feo, feo, alto y
delgado. Ambos mantenían un aspecto con un look algo moderno. Primero llego
ella tras salir de un todo terreno de un poderío económico digamos que
chocante; estando en la cola del pan, llegó él para simplemente acompañarla en
la compra de una barra, salir y volverse a meter los dos en el coche que se
encontraba aparcado cerca, en doble fila.
Poco antes del concierto, entramos a un bar cercano a cenar
algo, tras lo cual me prometí no volver a hacerlo nunca jamás en ese Bar
después de habernos clavado ochenta y un euros con algo, por un par de botellas
de vino, una tortilla, dos pinchos morunos acartonados, algunas cervezas, una
ración de jamón de la cual llegué a tomar un par de lonchas, una infame ración
de sepia y otra de una singular manera de hacer unas patatas, tipo bravas sin
serlo o algo parecido. El caso es que en ese local tomaba algo también en la
barra, además del Johnny superviviente del grupo burning y que ya sabemos tiene
un buen garito de copas, justo al lado; tomaba algo digo, la extraña mujer de
la panadería, no la presté demasiada atención más que caer en su cuenta dos
veces por hoy; no la vi marchar.
Después del atraco, nos dirigimos al bar de copas del
concierto; tras la barra del local, allí estaba ella, ¡era la camarera! además
su igualmente extraño acompañante de la mañana también andaba por allí, se
metía por la barra y pululaba como si fuese un relaciones públicas, hablando
con uno y con otro, más tarde me enteré de su homosexualidad, al declararse,
acosando locamente, a un amigo, de un hijo de un amigo... Todo esto para qué,
pues para nada, pues no indica nada ni significa nada, ni tiene nada que ver en
nada. Una chica gorda y fea es camarera de un bar en el que su acompañante, feo
y alto, que había visto en la mañana, en la que reparé por su singular
presencia, está con ella, debían de ser los propietarios del local, pues
efectivamente, nada, ¿o quizás algo que deducir de las casualidades?
En la esquina izquierda del local se encontraba un pequeño escenario
semicircular, que contenía una batería montada con un solo timbal, caja,
platillos, charles, bombo y cencerro, describo el contenido de la batería por
la peculiar simpleza de elementos, además había amplificadores y aparatos de
sonido para guitarra y bajo, más tres micros. Al rato, allá que se subieron
tres carrozones de cincuenta y tantos, por lo tanto, de momento sorpresa. El
público variopinto pero maduro, algunos muy maduros. Estos tipos de público tan
definidos a una tendencia me lleva a pensar en cierta marginalidad, que así de
entrada me resulta incómoda. Es como esas discotecas donde sólo acuden, a la
desesperada, gente de avanzada edad, pero no lo suficiente como para retirarse
de ese trajín; no es que este fuera el caso pero como digo aunque pudiera
incluirme por méritos propios entre esas filas, me incomoda. Fue entonces
cuando al comenzar a tocar disipó cualquier interpretación mental de la
situación, y se pasó, haciendo de catalizador para traspasar esos estados, la
música que empezó a sonar, y caer de lleno en el “goce pagano” del rock bien
ejecutado, aunque algo nostálgico, lo que les privaba de una superior suerte.
Se trataba de una recreación de una buena música, bien ejecutada, bien traída,
con buen sonido y buenas voces, pero parecía gente que acababa de dejar la
oficina del el banco hacía un rato, y venían a entretenerse con su vieja
afición. A pesar de todo, al menos conmigo, conectaron con la corriente que me
enchufa hacia lo que entiendo como buen rock que desarrollaban a base de estándares clásicos que me elevaban
el alma. Music is Music, pensaba gratamente, esa que circula posándose sobre la
gente para afectarla al menos un tanto en su sentir. Si ese grupo participase
en algún festival de jazz, al uso, aunque modesto, seguramente tendrían su
porción de satisfacción, al saberse integrados en un ambiente donde se
recociera su potencial como buenos músicos, además de hacer gozar al personal.
Lo cierto es que como en realidad por mucho que uno diga,
como tenemos poco recorrido, en un descanso, aprovechamos para salir caminito
de la cama, eso sí, con el deseo de repetir otro día, puede que más y mejor.
Cosas que pasan…
Rafael C.
10 de junio de 2013