Elogio de la Bicicleta. Levitar.
Lo recuerdo bien. Fue un día lluvioso de primeros de abril,
de esos en que el campo parece recibir la lluvia con los brazos abiertos,
deseosamente entregado. Como tantas otras veces subía en bicicleta por el
camino de la Peña de Cenicientos. Ese camino consta de tramos con cuestas muy
empinadas de difícil rodaje ciclista, y aquel día por los efectos del agua se
encontraba, además, húmedo y embarrado; hacía tiempo que no llovía y esa mezcla
de polvo y agua se pegaba a las ruedas resultando por tanto más pesarosa la
ascensión. La lluvia, racheada con pequeños aguaceros golpeaba sobre mi espalda
y cabeza principalmente, llegando ésta por acabar chorreando un tanto por la
cara; además de un chubasquero para el cuerpo, llevaba una gorra que de alguna
manera amortiguaba la inclemencia y que tiene la particularidad que otorga la sensación
de sentirte protegido; la lluvia no se percibía como desagradable, es más, sin
hacer frío, todo parecía una invitación a una serena interioridad, en lo que lo
externo no molesta y pone en alerta, sino que se presenta como un condimento
que enriquece y sublima la situación.
Tras las primeras y más sufridas pendientes se llega a un
parte en el que habiendo alcanzado una cierta altura ésta empieza a suavizarse
junto con la vegetación más frondosa. Grandes pinos que amortiguan el ambiente
envuelven el serpenteante camino quedando una cerrada quietud sonora que
sobrecoge y aquel día más aún si cabe. Dejó de llover; todo estaba mojado,
grandes charcos se presentaban a mi paso que me obligaban a rodearlos,
cambiando de rodada constantemente.
Recuerdo que una gran parte del recorrido lo hice escuchando
por los auriculares, en espectacular sonido de alta fidelidad, el extenso tema
de John Coltrane, Olé, interpretado por Pharoah Sanders lo que de alguna manera
me creó un cierto estado de espíritualidad y que me llevé un gran susto cuando
éste terminó para dar paso a otra canción. Fue cuando comencé a apreciar que el
pesaroso barrizal con el que había circulado pegado a las ruedas de repente lo sentía
como si se hubiese volatilizado, evanescido, pues percibí las pedaladas que parecían fluir con un ritmo suave, nada
cansadas, sin esfuerzo, era como si estuviese bajando una pendiente. De sobra
sabía yo que por donde rodaba necesitaba aplicar fuerza al pedal, dado que el
camino sin ser ascensión se trataba de un falso llano y ya sabemos el
comportamiento psicológico en ese tipo de trazados confusos; pero no, el
esfuerzo era mínimo. Mi mente se fundía en un entorno natural de soledad y
belleza junto con mi potencial físico, ahora terriblemente descargado. Todo
confluía en un estado de ensoñación donde ciertas relaciones de conexión
físicas con la realidad se difuminan, el tiempo, el espacio, adquiriendo una
dimensión onírica, fue entonces cuando al fijar la mirada sobre las llantas de
la bicicleta, y así poder ver la cantidad de barro que tuvieran pegado a ellas,
pude comprobar que estas se encontraban un palmo elevadas del suelo y que por
tanto, ¡estaba flotando!
El susto fue mayúsculo. Me incorporé y dejé de pedalear sin
quitar la mirada del suelo, la bicicleta ahora, aprovechando la poca inercia
con la que circulaba, suavemente se posó sobre el suelo en un diminuto
aterrizaje. Empezó a sonar Autumn Leaves interpretado por Chet Baker & Paul
Desmond. No sé por qué extraño impulso, la inquietud, el susto, o la canción, me
motivó para volver de nuevo a pedalear suavemente sin llegar a poner el pie en
tierra. La bicicleta, y yo sobre ella, reaccionó como por un resorte accionado
por la irracionalidad para volver a elevarse en una suerte de levitación que
aprecié gustoso y que de dos intentonas más parecía que dominaba a mi capricho,
ahora paraba de dar pedales y aterrizaba, lo daba con suavidad y me elevaba.
Como levitando me resultaba más cómodo circular sin esfuerzo, simplemente se
trataba de mover los pedales sobre el aire, un buen rato lo hice así, lo
suficiente para que aquel extraño suceso no me lo pareciese tanto y así volver
a mis pensamientos con una renovada normalidad a los que este pequeño vuelo no
afectaba para nada. Pensé que igualmente esto debiera ser así, todo conjugaba
en una fluida y gozosa ensoñación que me llevaba a estados de ingravidez. Fue
bonita aquella primera vez y reconozco que no es fácil alcanzar la difícil
conjugación para que se repita, pero he de reconocer que hay veces que aunque
sin una marcada levitación el transito deriva a sensaciones similares, así como
por el contrario hay otras que circulo arrastradamente pegado al suelo, las
circunstancias que los motivan, unas y otras, son muchas y variadas.
Con el paso del tiempo lo pensé con claridad, no es que
fuese necesario flotar para gozar de un paseo ciclista en plenitud, sino que
gracias al paseo ciclista con las debidas circunstancias era muy probable que
este fuese satisfactorio, incluso fantásticamente gozoso. En esas estoy.
Rafael Cuevas,