Uno
Quien lo podía imaginar que tras aquellos tiempos de bonanza, de vacas gordas, de esplendor, de ese crecimiento que nos llevó a estados de bienestar, el que nos aportaba, en nuestro caso, de dos sueldos, los de dos universitarios que nos hacía comportarnos como si fuésemos millonarios, piso en propiedad en una opípara urbanización a las afueras de Madrid, eso sí, al suroeste, que es lo que la bajaba; mobiliario casi de lujo, ropajes abundantes y de calidad, segunda vivienda en el pueblo, dos vehículos, hijos en colegios y universidades privadas, viajes a tutti pleni, del orden de tres cuatro escapadas anuales, muchas internacionales. Todas nuestras propiedades nacieron y crecieron desde nuestra unión en matrimonio. Tras pasearnos durante unos años entre el agnosticismo y lo antitaurino, acabamos casados por la iglesia y defendiendo la fiesta además de aficionado de un club “señor”, -¿señor?-
Muchos fuimos los llamados y muchos también los elegidos del mundo laboral que con mayor o menor medida gozábamos de las ventajas de poder pagar una cómodo hipoteca a pesar de ser ésta lo aceptablemente inflada por los medios especulativos, banca y beneficiados varios, teníamos una vida por delante y cuantiosos, o al menos, suficientes sueldos con lo que nos lo podíamos permitir. Mientras tanto en mundo económico crecía y crecía de acuerdo a nuestra codicia consumista a la que con voracidad nos dejábamos caer, pensando incluso, que era bueno para todos.
El lujo entendido como todo aquello que nos rodea, que sin ser especialmente indispensable, lo convertimos en algo necesario y que colmaba nuestras íntimas satisfacciones, campaba a sus anchas en aquella orgía de materialismo desmesurada. Todo lo podíamos tener casi todos, nadie renunciaba a casi nada; la calidad, claro, es apetecible y objeto de deseo e intercambio, que efectos de consecuencias nos traía un deterioro predecible de equilibrios naturales, imparable, inmenso, y visto hoy, aterrador.
Llegado el momento, el crecimiento exponencial de la economía y con ella, el de la producción y con ella, la sobre-explotación de materias primas y con ésta, el desastre ecológico, el deterioro de la mano de obra y con éste, las desigualdades, e instaladas, el malestar, el desorden, la injusticia, el desánimo, la revuelta, la represión, el rencor, el odio, la guerra, el caos, el fin…
Y otro
Quien lo podía imaginar que fuesen los andaluces quienes rompieran la tendencia, quebraran la consistente fuerza conservadora, ablandaran la “demoledora” corriente de liberalismo, ese que está muy , muy, muy cómodo junto a grupos de poder del capital, grupos de poder religiosos, grupos de poder empresarial y otros que sabemos, que habían hecho creer a tantos trabajadores que también estaban junto a ellos, y sí, lo estaban, pero para cogerlos de los güevos, apretarles el cinturón, tratarlos sin consideración y convertirlos en sus peones, y esto lo hicieron agarrándose a cuatro tradiciones, y cuatro eslóganes que como bien se dice por ahí, aplicando el principio de simplificación es como más se convence. Pero mira tú por donde han sido los andaluces los primeros en saberlo y querer cambiarlo. Gracias por la lección.
Rafael Cuevas
Pero no se si seguir con los mismos les va a ser beneficioso. Solo las cifras de paro marean en Andalucía, la corrupción campa por sus anchas. Muchas veces creo que es necesario un cambio, aunque este cambio no significa que tenga que ser el PP..
ResponderEliminarUno
ResponderEliminarAnálisis sin comentarios, así fue.
Y otro
Aquí hay que hacer una lectura bastante mas compleja de lo que a simple vista parece ser que nos quieren vender. 1º los andaluces han hecho lo que en su día hicieron los extrémeños, aunque estos (creo que no lo han sabido interpretar, IU) un cambio hacia la izquierda…y aquí me atrevo a decir que un gobierno PSOE, IU, seria la lógica que han pedido los andaluces 2º me da que esto no va a llegar a buen fin, 3º lo que si esta claro es que Andalucía tiene un color especial