Bebe, en la Sala Joy Eslava, 1 de marzo de 2012.
Lo tengo claro, no soy crítico de nada, soy opinador personal. Cuento mis propias experiencias y estas en general se mueven por lo que me implico o me afectan a mí, y solo a mí. Harto estoy de ver a quienes se creen grandes periodistas y críticos sesudos escribiendo sobre las creaciones de los demás y lo hacen con un formalismo afectado de profesionalidad, como si fuesen a publicar su crónica en cualquier periódico de tirada nacional, en su sección preferida. Lo aviso para que nadie lo tome así, esto es simple y llanamente mi modesta opinión, en este modesto medio, y así debe de ser tenido en cuenta, pero esto también tiene su valor para el que lo quiera ver.
Bebe apareció en escena, supongo que europeamente puntual, como la gran desconocida. Nada sabía de lo que me podría esperar de su concierto, de sus canciones ignoradas, de su repertorio, de sus músicos, de este local repleto de expectantes y hambrientos devoradores de su persona, de su imagen, de lo que representa. Tímidamente pero sonriente comenzó un chorreo en crecimiento de una puesta en escena sencilla pero correcta con la que empezaba a convencernos a sorprendidos iconoclastas, porque los adoradores de la diosa ya habían venido y estaban entregados a su causa.

Es Bebe una artista total, que es capaz de convertirse a día de hoy en la abanderada de un estilo, de un sonido de impresionante originalidad único en el panorama actual. Otros habrá que nos quieran engatusar, llevarnos a su terreno singular, pero es de seguro que no lo harán bajo la sincera cercanía de nuestra maravillosa Bebe que lo hace enamorándonos, siendo nuestros deseos, nuestros ritmos, nuestras ambiciones que ella se ha dedicado a mostrarnos con descaro y orgullo para vadear todos juntos en proceloso mundo que nos arrolla, junto a ella, nuestra sacerdotisa del amor, nuestro torrente de liberalidad, nuestra diversión garantizada.

Tal vez Bebe sea alguien aún por instalarse con claridad en una forma de saber ser o estar, porque parece tocar varios palos aparentemente diferentes, el de una canción melódica, intimista, hasta protestona, el de una modernidad original y arrolladora propia para minorías, el de una cabaretera picantona, el de una incierta ambigüedad sexual, pero curiosamente todo este conjunto de demostraciones de comportamientos vienen a acercarnos a la libertad y al hedonismo a la Bebe de unos valores importantes, transgresores, irreverentes a veces, admirables, impagables y, tristemente tan poco tenidos en cuenta en los tiempos que corren de pensamiento único, por eso mismo nuestra Bebe cobra aún más valor si cabe, porque si algo tiene Bebe, es el saber disfrutar de la libertad, consciente y orgullosa.
Los momentos buenos de la vida son para vivirlos y disfrutarlos sin interpretaciones traídas a destiempo, es la enseñanza de Bebe, que nos invita constantemente a querernos y amarnos, nos acompaña ya anima en la tarea, sin tapujos ni moralinas, en libertad, con una interrelación con la gente que allí estábamos muy afectiva, cercana, convincente; todo era entendido y lo notaba: su vuelo podría haber sido tan alto que se habría salido de sí misma, pero, o tiene muchas tablas – que las tendrá- o su sinceridad estaba ahí, entre nosotros y nosotros con ella que se sabía entre los suyos, los que han comprado su afecto junto con el precio de la entrada al concierto.
Hay veces que sus cosas nos parecerán preadolescentes pero no es nada que no se superara, por el querer comprenderla, por esta aceptación incondicional que se palpaba precisamente por trasmitir autentica sinceridad, en su manera de decir, cantar y comportarse, tal es así, que en un momento se quebró de emoción su voz en lágrimas, como quien es consciente de la grandeza de su momentazo y donde se apreciaba que no había nada medido, ni postizo.
Pero lo bueno, y grandioso es el directo brutal de poderío, que nos hacía movernos con su compás, aportando ese punto de disco-club tan oportuno en sitios como era la Sala Joy E. junto con su sonido reconvertido en no sé qué, ni me importa, y que tan bien penetraba entre los asistentes que los transformaba en criaturas divertibles. ¡Qué coño…! ¡A eso hemos venido aquí! Y Bebe lo consiguió, doy fe que lo consiguió. Nos fuimos sudados y contentos después de haber pasado dos horas y pico –cortas- de diversión a raudales, vamos como hacía tiempo.
RfCs