jueves, 26 de marzo de 2015

Viviendo en una canción

Siempre he huido de la nostalgia por parecerme un sentimiento que conlleva en él connotaciones negativas del tipo añoranzas imposibles, de pérdidas, de tiempos que pasaron y que nunca volverán, pero, ¿es cierto esto? Evidentemente sí es cierto, no volverán, puesto que es imposible retomar el pasado, al menos en cuanto a lo físico, pero qué relativo es todo esto cuando hemos construido todo un universo asociado a las emociones y a su psicología, la que nos hemos creado respecto a ciertas vivencias, y que  tal vez si puedan volver a parecer revivirse y más, cuando usamos de catalizador a la música.
No sé,  aquel día en el que me disponía a realizar el mismo recorrido que tantas veces llevaba haciendo en el cual, desde el primer momento sentí algo así como una magia interior que me impulsaba al goce pagano, reconvertido esta vez, como otras muchas más en algo casi místico. Esa unión íntima y espiritual, al que acudía con la devoción que la tengo desde el lado puramente contemplativo, en mi caso auditivo, al hecho simple de oír música a través de mis flamantes auriculares inalámbricos. No, aquella vez no me apetecía, como otras muchas, programas hablados con los que tanto aprendo y disfruto igualmente; esta vez necesitaba acordes, melodías, notas, armonías, canciones en las que gusta perderme. Ya llevaba un tiempo, el que dedico con obstinada insistencia a recopilar de acá y de allá las canciones que considero merecen incluirse en otra playlist de las muchas que voy  realizando, quedando éstas unas veces mejor, otras peor, más o menos completas y más o menos adecuadas al momento de su escucha; en este caso y a raíz del visionado de la película La Gran Belleza. Oí decir a David Trueba contando la anécdota que en su día le había sucedido con Rafael Azcona, el ilustre guionista cinematográfico en la que le aconsejaba que para hacer frente al desánimo que puede, y suele,  aparecer cuando se está afrontando  un trabajo, en su caso, al respecto de un guion o un libro, se cuidase de ponerle un título y prever el final ya que esto le otorgaba a la obra de una consistencia merecedora de más atención que pudiese evitar el abandono. No es el caso, o sí,  yo recurrí  a ese título La gran belleza 2, porque me pareció adecuado al propósito del tipo de compilación que pretendía y que previamente ya había conformado.
Cogí la bicicleta, hacía un aire del carajo, no me importaba, con ella podría decir lo que aquel poster que un día antes había visto que vendían en una librería, en el cual, un calendario resaltaba cada día como una celebración a la felicidad por su uso. Lo único es que para que esta sea completa, o al menos más efectiva, debo de saltarme alguna que otra norma prohibitiva del código de la circulación y, casi del sentido común, pero que yo suplo con una especial atención que no me impide a su vez rodar por las vías de circulación con los auriculares puestos y preservarme de los peligros inherentes de tal práctica y todo, por si no fuera poco, con parte de esa atención puesta en la vigilancia de no toparme con algún agente de la autoridad, los cuales tienen la desagradable tarea de fastidiarme a mí y a los que como yo nos saltamos alguna, yo diría que leve, de las impositivas normas al respecto; pero en fin , es lo que hay, y de momento asumo mi responsabilidad en lo que corresponda. Es mi ilusa manera de entender la libertad…
Por la mañana había escuchado decir al referirse al consumo de la marihuana o el alcohol,  las drogas por extensión, como el medio de alcanzar un estado de especial sensibilidad de los sentidos para desarrollar la creación artística, no era mi caso, una simple cerveza, inofensiva para mi razonable costumbre de beberla era todo el material para la creación de mi paraíso artificial, aunque supongo que, siendo poco, algo afectaría como todo afecta al todo.
El día invitaba al recogimiento, puesto que al menos para mí el aire desasosegante y molesto me lleva a la búsqueda de refugio que lo aplaque, en este caso una braga bufanda me ocultaba la cara, unos guantes las manos, unas gafas de sol los ojos y, los propios auriculares las orejas, protecciones éstas que me supusieron el recogimiento hacia la interioridad desde el mismo momento de la salida en la que dejaba la casa vacía, tan solo el perro me miraba con esa mirada de pena y temor que siempre lanza cuando intuye su soledad inminente y que tan acostumbrado estoy a soportar como inevitable, ¡qué le vamos a hacer! yo tengo que irme ¿y tú? Tú, no puedes venir conmigo…
La primera canción y el primer vahído,  Esta me llevó a pensar que probablemente fuese la primera canción de mi vida que me dejara huella, pero no, ahora que lo pienso, alguna habría anterior a pesar de la edad temprana en la que ésta podría pasar a formar parte de la banda sonora de mi vida. Era como un hormigueo en el estómago el que me invadía con su regusto melódico que me trasportaba inevitablemente a lo que ha sido mi propia vida, siempre asociado a aquel arroyo con aquellos juncos, aquellas pandillas, aquellas primeras vivencias compartidas. Comenzaba mi ruta ciclista sin apenas esfuerzo, una cuesta abajo me facilitaba la comodidad  en el recorrido…, una nueva comenzó a sonar. De conocimiento relativamente reciente tras anteriormente haber reparado en ella gracias a mi admirado Juan de Pablos al considerarlo él como de lo mejor de música pop patria. La canción, que se mueve en unos aires de entrañable evocación y un deseo futuro, resulta fascinantemente bella, ser tan sencilla la torna maravillosa y te envuelve en su cadencia de lo que nos queda por reparar, por conseguir, proyectándonos en el futuro con la mochila del pasado.
 Así, en estas, una nueva en la que pasar a un chaparrón de Abril, con un nubarrón negro marfil, con olor a tierra mojada, con una gota de lluvia que resbala por mi nariz, el que todos hemos vivido. La canción describe casi de modo poéticamente costumbrista situaciones medianamente infantiles o naif al respecto una lluvia primaveral que yo me llevo siempre, además de las referidas, a ese día en el que igualmente en abril tras un chaparrón subía la cuesta por aquel precioso paisaje mientras escuchaba la canción. Mentalmente me traslado casi en tele trasportación a pesar de seguir pedaleando lentamente. 
Una nueva canción y que probablemente sea la canción más versionada de la historia y que efectivamente compruebo que es así tras la simple pregunta a google. Esta resulta ser  del mismo grupo que la primera y completa las mismas emociones o similares de aquella época semi adolescente y que me hace preguntarme cómo es posible que haya quedado marcada en mi corazón de esta manera y por tanto tiempo y que su escucha sea capaz de embargarme los sentidos, embelesado por momentos.  A veces me pregunto de qué alimento artístico vivirían nuestros antepasados que no fuera la música popular, hoy denominada pop, y que tanto solemos revisar sin apenas llegar a tener cien años de existencia. El revival musical apenas carece de vida puesto que la democratización y la popularidad que nos han traído estos tiempos con sus nuevos cacharros de emisión y reproducción son demasiado recientes, lo que nos dice de lo maravilloso de los tiempos que nos ha tocado vivir. Si nos extrajeran por un momento de este tiempo trasladándonos a otras épocas con sus maneras de vida o a lugares inhóspitos de tecnología…, qué sería de nosotros, cómo sobreviviríamos a nuestros deseos emocionales inalcanzables si no dispusiéramos de los medios.
El frio parecía afectar a la gente que por la calle me cruzaba mientras yo paseaba pedaleando ajeno a sus incordios inmiscuido en mi amena soledad cuando me sobrecogí de nuevo, esta vez más primitivamente si cabe, más infantil y familiar. Karina era deliciosa, y su versión de ¡Oh Carol! siempre me provocaba un estado de bienestar que probablemente rozara lo entrañable como podía ser la sensación con la que viajaba en ese tiempo presente acompañado de la evocación de algunas situaciones casi infantiles y fue entonces cuando me asaltó, de golpe, de sopetón la canción que más me ha gustado en estos últimos días. 
Si fuera posible vivir en una canción, entre sus acordes y coros,  que fuese en alguna como esta y que he escuchado más de veinte veces recientemente sin apenas perder un ápice de su sentido emocional, con lo difícil que es eso, ya que sabemos que tras la sorpresa sobreviene el declive de su importancia, sus efectos, pero no. Descubrí su significado tras décadas de desconocimiento pues esta es una de las canciones de juventud, de las que me gustaban pero que ignoraba el sentido de su letra. Es cierto que a raíz del fácil acceso actual a la letras de las canciones y su traducción medianamente idiota que realiza google traductor, vengo yo de un tiempo a esta parte recuperando algunas y aportándolas un sentido más acorde, real, al menos más humano que la propia literalidad que tienen los traductores automáticos. En el caso concreto de ésta que desde el título: I'll Have To Say I Love You In A Song ( Voy a tenerte que decir te quiero en una canción) me dejo estupefacto, y más al comprobar que a medida que se va desarrollando tanto en la letra como en la música, posee un sentido pleno, el que le da un valor que antes a este conocimiento ignoraba que pudiera llegar a tener a pesar de lo preciosista  de la composición y mi particular gusto al respecto, que me encanta, pero ahora más si cabe. Lo curioso de esto es que abre un sinfín de otras muchas con los que pudiera regocijarme igualmente, algunas decepcionan, otras sorprenden, otras pues ni fu ni fa, pero otras, ¡hay otras…!, el saberlo me fascina como conocedor de un mundo que antes desconocía y ahora se me es desvelado. Como cuando circulaba bajo sus efluvios melódicos con mi cadencia pedalística suave, sabedor de la importancia de tener el recurso de una Canción para reconciliarse, para declararse, para sobrevivir…
Kodakchorme de Paul Simon es divina, además de trasportarme de un plumazo entre mis pedaladas, a un lugar que incluía un jukebox donde tantas veces se repetían y repetían las canciones de moda aun a pesar de no tener ni un duro, bastaba con arrimarse por allí para deleitarse y además asociar a la misma la vivencia del momento o los momentos, siempre ignorante preguntándome como podía titularse  y repetirse en una canción la marca de una película fotográfica, hasta que traduje su sencillo mensaje evocador y la hice más mía. Esta es una canción alegre y vital un himno al color de la vida y como dice su letra: “todo parece peor cuando está en blanco y negro” que es como muchas veces nos asaltan los recuerdos pero que aquí al contrario, nos asaltan generosamente luminosos y coloridos  a pesar de ser eso, recuerdos, con su carga nostálgica.  Traída al presente reciente, ha llegado integra y compartida en un momento sublime y sereno del día tras un satisfecho ejercicio amatorio del que recojo las sensaciones a través de la escucha.
PMVR es el título de lo que pudiera ser un himno generacional, que diría Jota (los Planetas) al menos a mí me lo parece la canción de La M.O.D.A (La maravillosa orquesta del alcohol) de su disco recientemente publicado, apenas un mes. Lo escuche en Carne Cruda y no pude menos que tirarme desaforado en su búsqueda. Seguramente sea esta la canción que peor se integraría en la selección pero cuando la cosa esta lanzada al regusto parece que todo encaja a la perfección, como era el caso sintiéndome a la vez por ese momento rabiosamente actualizado. Esta canción a su vez precedía a mi grandiosa Mina y su Parole Parole que me introduce en el efecto: “CuantaPasión” que tanto me subyuga al deleite a pesar de las repetidísimas veces, una vez más, de sus escuchas. Además de trasladarme con ella como canción antiquísima que es, a tiempos pretéritos de iniciáticas emociones pero también por haberla hecho familiar, de manera que seguro forma parte de la vida de mis hijos y que de seguro si la oyesen éstos dentro de un tiempo, les invitará a retrotraerse a ciertos momentos de sus vidas pasadas. Pienso aquí si establecer un banco de canciones para la vejez a modo de pensión sonora que recibiría llegado el momento en el que, tal vez incapacitado para su búsqueda quien hubiera sido guardián de las mismas me las dispusiese para mi disfrute, o para mí, también posible, desbordado dolor nostálgico.

Me aproximaba a mi destino y todavía la casualidad me tenía deparado una coincidencia singular. Natalia Lafourcade con su ingenua apariencia aunque contundente resolución cantaba: “que nunca es suficiente para mí, porque siempre quiero más de ti, (…)  y no verás que lo que yo te ofrezco es algo incondicional, incondicional” La canción que hemos hecho nuestra recientemente, con lo que ello conlleva, cuando me encontré de frente con ella. Yo entraba, ella salía, era como si el destino se hubiese conjurado a ejecutar este encuentro, este momento, bajó la ventanilla del coche y me apresuré a quitarme los auriculares para decir:
-Escucha esto un momento- le dije acercándoselos. Los cogió y me respondió con un cierto repelús...
-¡Si está todo sudado…!
Efectivamente, tras mi recorrido en el que había estado pedaleando había roto a sudar por el esfuerzo y los auriculares se encontraban un tanto mojados de sudor, aun así se los colocó teniendo el cuidado de no pegarlo del todo a sus orejas, lo suficiente como para reconocer la canción y decirme…
-la he escuchado esta mañana, la he escuchado esta mañana, que bonita…
Un coche apremiaba a sus espaldas lo que la obligaba a la cortesía de la apresurada salida por lo que apenas tuvimos tiempo para decirnos un simple adiós quedando en mi ánimo el gusto de una excepcional escucha musical y la coincidencia final  como colofón de la maravilla.
Marzo de 2015

Rafael Cuevas

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Dilo

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