Siempre he huido de la nostalgia por parecerme un
sentimiento que conlleva en él connotaciones negativas del tipo añoranzas
imposibles, de pérdidas, de tiempos que pasaron y que nunca volverán, pero, ¿es
cierto esto? Evidentemente sí es cierto, no volverán, puesto que es imposible
retomar el pasado, al menos en cuanto a lo físico, pero qué relativo es todo
esto cuando hemos construido todo un universo asociado a las emociones y a su
psicología, la que nos hemos creado respecto a ciertas vivencias, y que tal vez si puedan volver a parecer revivirse y
más, cuando usamos de catalizador a la música.
No sé, aquel día en
el que me disponía a realizar el mismo recorrido que tantas veces llevaba
haciendo en el cual, desde el primer momento sentí algo así como una magia
interior que me impulsaba al goce pagano, reconvertido esta vez, como otras muchas
más en algo casi místico. Esa unión íntima y espiritual, al que acudía con la
devoción que la tengo desde el lado puramente contemplativo, en mi caso
auditivo, al hecho simple de oír música a través de mis flamantes auriculares
inalámbricos. No, aquella vez no me apetecía, como otras muchas, programas
hablados con los que tanto aprendo y disfruto igualmente; esta vez necesitaba
acordes, melodías, notas, armonías, canciones en las que gusta perderme. Ya
llevaba un tiempo, el que dedico con obstinada insistencia a recopilar de acá y
de allá las canciones que considero merecen incluirse en otra playlist de las
muchas que voy realizando, quedando
éstas unas veces mejor, otras peor, más o menos completas y más o menos
adecuadas al momento de su escucha; en este caso y a raíz del visionado de la
película La Gran Belleza. Oí decir a David Trueba contando la anécdota que en
su día le había sucedido con Rafael Azcona, el ilustre guionista
cinematográfico en la que le aconsejaba que para hacer frente al desánimo que
puede, y suele, aparecer cuando se está
afrontando un trabajo, en su caso, al
respecto de un guion o un libro, se cuidase de ponerle un título y prever el
final ya que esto le otorgaba a la obra de una consistencia merecedora de más
atención que pudiese evitar el abandono. No es el caso, o sí, yo recurrí
a ese título La gran belleza 2, porque me pareció adecuado al propósito
del tipo de compilación que pretendía y que previamente ya había conformado.
Cogí la bicicleta, hacía un aire del carajo, no me
importaba, con ella podría decir lo que aquel poster que un día antes había
visto que vendían en una librería, en el cual, un calendario resaltaba cada día
como una celebración a la felicidad por su uso. Lo único es que para que esta
sea completa, o al menos más efectiva, debo de saltarme alguna que otra norma
prohibitiva del código de la circulación y, casi del sentido común, pero que yo
suplo con una especial atención que no me impide a su vez rodar por las vías de
circulación con los auriculares puestos y preservarme de los peligros
inherentes de tal práctica y todo, por si no fuera poco, con parte de esa
atención puesta en la vigilancia de no toparme con algún agente de la
autoridad, los cuales tienen la desagradable tarea de fastidiarme a mí y a los
que como yo nos saltamos alguna, yo diría que leve, de las impositivas normas
al respecto; pero en fin , es lo que hay, y de momento asumo mi responsabilidad
en lo que corresponda. Es mi ilusa manera de entender la libertad…
Por la mañana había escuchado decir al referirse al consumo
de la marihuana o el alcohol, las drogas
por extensión, como el medio de alcanzar un estado de especial sensibilidad de
los sentidos para desarrollar la creación artística, no era mi caso, una simple
cerveza, inofensiva para mi razonable costumbre de beberla era todo el material
para la creación de mi paraíso artificial, aunque supongo que, siendo poco, algo
afectaría como todo afecta al todo.
El día invitaba al recogimiento, puesto que al menos para mí
el aire desasosegante y molesto me lleva a la búsqueda de refugio que lo
aplaque, en este caso una braga bufanda me ocultaba la cara, unos guantes las
manos, unas gafas de sol los ojos y, los propios auriculares las orejas,
protecciones éstas que me supusieron el recogimiento hacia la interioridad
desde el mismo momento de la salida en la que dejaba la casa vacía, tan solo el
perro me miraba con esa mirada de pena y temor que siempre lanza cuando intuye
su soledad inminente y que tan acostumbrado estoy a soportar como inevitable,
¡qué le vamos a hacer! yo tengo que irme ¿y tú? Tú, no puedes venir conmigo…
La primera canción y el primer vahído, Esta me llevó a pensar que probablemente fuese
la primera canción de mi vida que me dejara huella, pero no, ahora que lo
pienso, alguna habría anterior a pesar de la edad temprana en la que ésta podría
pasar a formar parte de la banda sonora de mi vida. Era como un hormigueo en el
estómago el que me invadía con su regusto melódico que me trasportaba
inevitablemente a lo que ha sido mi propia vida, siempre asociado a aquel
arroyo con aquellos juncos, aquellas pandillas, aquellas primeras vivencias
compartidas. Comenzaba mi ruta ciclista sin apenas esfuerzo, una cuesta abajo
me facilitaba la comodidad en el
recorrido…, una nueva comenzó a sonar. De conocimiento relativamente reciente
tras anteriormente haber reparado en ella gracias a mi admirado Juan de Pablos
al considerarlo él como de lo mejor de música pop patria. La canción, que se
mueve en unos aires de entrañable evocación y un deseo futuro, resulta
fascinantemente bella, ser tan sencilla la torna maravillosa y te envuelve en
su cadencia de lo que nos queda por reparar, por conseguir, proyectándonos en
el futuro con la mochila del pasado.
Así, en estas, una nueva en la que pasar a
un chaparrón de Abril, con un nubarrón negro marfil, con olor a tierra mojada,
con una gota de lluvia que resbala por mi nariz, el que todos hemos vivido. La
canción describe casi de modo poéticamente costumbrista situaciones
medianamente infantiles o naif al respecto una lluvia primaveral que yo me
llevo siempre, además de las referidas, a ese día en el que igualmente en abril
tras un chaparrón subía la cuesta por aquel precioso paisaje mientras escuchaba
la canción. Mentalmente me traslado casi en tele trasportación a pesar de
seguir pedaleando lentamente.
Una nueva canción y que probablemente sea la
canción más versionada de la historia y que efectivamente compruebo que es
así tras la simple pregunta a google. Esta resulta ser del mismo grupo que la primera y completa las
mismas emociones o similares de aquella época semi adolescente y que me hace
preguntarme cómo es posible que haya quedado marcada en mi corazón de esta
manera y por tanto tiempo y que su escucha sea capaz de embargarme los
sentidos, embelesado por momentos. A
veces me pregunto de qué alimento artístico vivirían nuestros antepasados que
no fuera la música popular, hoy denominada pop, y que tanto solemos revisar sin
apenas llegar a tener cien años de existencia. El revival musical apenas carece
de vida puesto que la democratización y la popularidad que nos han traído estos
tiempos con sus nuevos cacharros de emisión y reproducción son demasiado
recientes, lo que nos dice de lo maravilloso de los tiempos que nos ha tocado
vivir. Si nos extrajeran por un momento de este tiempo trasladándonos a otras
épocas con sus maneras de vida o a lugares inhóspitos de tecnología…, qué sería
de nosotros, cómo sobreviviríamos a nuestros deseos emocionales inalcanzables
si no dispusiéramos de los medios.
El frio parecía afectar a la gente que por la calle me
cruzaba mientras yo paseaba pedaleando ajeno a sus incordios inmiscuido en mi
amena soledad cuando me sobrecogí de nuevo, esta vez más primitivamente si
cabe, más infantil y familiar. Karina era deliciosa, y su versión de ¡Oh Carol!
siempre me provocaba un estado de bienestar que probablemente rozara lo entrañable
como podía ser la sensación con la que viajaba en ese tiempo presente
acompañado de la evocación de algunas situaciones casi infantiles y fue
entonces cuando me asaltó, de golpe, de sopetón la canción que más me ha
gustado en estos últimos días.
Si fuera posible vivir en una canción, entre sus
acordes y coros, que fuese en alguna
como esta y que he escuchado más de veinte veces recientemente sin apenas
perder un ápice de su sentido emocional, con lo difícil que es eso, ya que
sabemos que tras la sorpresa sobreviene el declive de su importancia, sus
efectos, pero no. Descubrí su significado tras décadas de desconocimiento pues
esta es una de las canciones de juventud, de las que me gustaban pero que
ignoraba el sentido de su letra. Es cierto que a raíz del fácil acceso actual a
la letras de las canciones y su traducción medianamente idiota que realiza
google traductor, vengo yo de un tiempo a esta parte recuperando algunas y
aportándolas un sentido más acorde, real, al menos más humano que la propia
literalidad que tienen los traductores automáticos. En el caso concreto de ésta
que desde el título: I'll Have To Say I Love You In A Song ( Voy a tenerte que
decir te quiero en una canción) me dejo estupefacto, y más al comprobar que a
medida que se va desarrollando tanto en la letra como en la música, posee un
sentido pleno, el que le da un valor que antes a este conocimiento ignoraba que
pudiera llegar a tener a pesar de lo preciosista de la composición y mi particular gusto al
respecto, que me encanta, pero ahora más si cabe. Lo curioso de esto es que
abre un sinfín de otras muchas con los que pudiera regocijarme igualmente,
algunas decepcionan, otras sorprenden, otras pues ni fu ni fa, pero otras, ¡hay
otras…!, el saberlo me fascina como conocedor de un mundo que antes desconocía
y ahora se me es desvelado. Como cuando circulaba bajo sus efluvios melódicos
con mi cadencia pedalística suave, sabedor de la importancia de tener el
recurso de una Canción para reconciliarse, para declararse, para sobrevivir…
Kodakchorme de Paul Simon es divina, además de trasportarme
de un plumazo entre mis pedaladas, a un lugar que incluía un jukebox donde
tantas veces se repetían y repetían las canciones de moda aun a pesar de no
tener ni un duro, bastaba con arrimarse por allí para deleitarse y además
asociar a la misma la vivencia del momento o los momentos, siempre ignorante
preguntándome como podía titularse y
repetirse en una canción la marca de una película fotográfica, hasta que
traduje su sencillo mensaje evocador y la hice más mía. Esta es una canción
alegre y vital un himno al color de la vida y como dice su letra: “todo parece
peor cuando está en blanco y negro” que es como muchas veces nos asaltan los
recuerdos pero que aquí al contrario, nos asaltan generosamente luminosos y
coloridos a pesar de ser eso, recuerdos,
con su carga nostálgica. Traída al
presente reciente, ha llegado integra y compartida en un momento sublime y
sereno del día tras un satisfecho ejercicio amatorio del que recojo las
sensaciones a través de la escucha.
PMVR es el título de lo que pudiera ser un himno
generacional, que diría Jota (los Planetas) al menos a mí me lo parece la
canción de La M.O.D.A (La maravillosa orquesta del alcohol) de su disco
recientemente publicado, apenas un mes. Lo escuche en Carne Cruda y no pude
menos que tirarme desaforado en su búsqueda. Seguramente sea esta la canción
que peor se integraría en la selección pero cuando la cosa esta lanzada al
regusto parece que todo encaja a la perfección, como era el caso sintiéndome a
la vez por ese momento rabiosamente actualizado. Esta canción a su vez precedía
a mi grandiosa Mina y su Parole Parole que me introduce en el efecto:
“CuantaPasión” que tanto me subyuga al deleite a pesar de las repetidísimas
veces, una vez más, de sus escuchas. Además de trasladarme con ella como
canción antiquísima que es, a tiempos pretéritos de iniciáticas emociones pero
también por haberla hecho familiar, de manera que seguro forma parte de la vida
de mis hijos y que de seguro si la oyesen éstos dentro de un tiempo, les
invitará a retrotraerse a ciertos momentos de sus vidas pasadas. Pienso aquí si
establecer un banco de canciones para la vejez a modo de pensión sonora que
recibiría llegado el momento en el que, tal vez incapacitado para su búsqueda
quien hubiera sido guardián de las mismas me las dispusiese para mi disfrute, o
para mí, también posible, desbordado dolor nostálgico.
Me aproximaba a mi destino y todavía la casualidad me tenía
deparado una coincidencia singular. Natalia Lafourcade con su ingenua
apariencia aunque contundente resolución cantaba: “que nunca es suficiente para
mí, porque siempre quiero más de ti, (…)
y no verás que lo que yo te ofrezco es algo incondicional,
incondicional” La canción que hemos hecho nuestra recientemente, con lo que
ello conlleva, cuando me encontré de frente con ella. Yo entraba, ella salía,
era como si el destino se hubiese conjurado a ejecutar este encuentro, este
momento, bajó la ventanilla del coche y me apresuré a quitarme los auriculares
para decir:
-Escucha esto un momento- le dije acercándoselos.
Los cogió y me respondió con un cierto repelús...
-¡Si está todo sudado…!
Efectivamente, tras mi recorrido en el que
había estado pedaleando había roto a sudar por el esfuerzo y los auriculares se
encontraban un tanto mojados de sudor, aun así se los colocó teniendo el
cuidado de no pegarlo del todo a sus orejas, lo suficiente como para reconocer
la canción y decirme…
-la he escuchado esta mañana, la he
escuchado esta mañana, que bonita…
Un coche apremiaba a sus espaldas lo que la
obligaba a la cortesía de la apresurada salida por lo que apenas tuvimos tiempo
para decirnos un simple adiós quedando en mi ánimo el gusto de una excepcional
escucha musical y la coincidencia final como
colofón de la maravilla.
Marzo de 2015
Rafael Cuevas
Qué cosa sei?
ResponderEliminarParole, parole, parole..