Por la tarde leo el anuncio en el
periódico analógico: “Hoy en el galileo Cánovas, Adolfo y Guzmán” Recuerdo de
alguna manera sus viejas canciones y me ilusiono tibiamente. ¿porqué no? De
pronto me veo proponiéndolo en un crescendo interesado el cual es
simétricamente recibido. Prepara algo de picar que engullo camino al local
llenando de migas el asiento del coche. Aparco a un minuto y medio. No veo gente a la
puerta. Pagamos 12 euros cada uno y nos retienen con intención de colocarnos en
una mesa. Diviso a Belen Gopegui en la platea algo que le da prestigio al
evento, está rodeada por cuatro o cinco supongo que intelectuales o escritores
como ella, uno lleva gafas redondas al estilo John lennon, hay veces que en alguna canción pienso en qué pensará ella de las mismas, tan intelecual y profunda como es. Nos colocan
escorados a la derecha pero muy
próximos. Corre una corriente de aire por la pared próxima por lo que le cambio el sitio a
M. Una pareja delante nuestra al que yo imagino parecido a un Alex de la
iglesia salidorro flirtera con una chica se hacen fotos y se entusiasma mucho
con alguna canción, a otras en cambio las ignora soberanamente. El de detrás
nuestra hace un video al que se le ilumina la luz del teléfono que nos “golpea”
en el cogote, éste graba una canción entera con su intervalo de comentarios y
parte de la otra, termina de grabar y le suena una llamada del móvil a un
volumen que interfería entre nuestra atención al concierto y su particular
llamada, el cansinismo es soberano. Debe de ser que les da igual molestar o no, con tal de llevarse su documento gráfico que se borrará mañana. Como chiquillos de los que más de la mitad debían de tener ya nietos jugueteaban torpemente con su
dispositivos móviles. La media de edad
debía de rondar los sesenta y gracias a nosotros, que ya es decir, y algún hijo
de su padre que la bajamos. Tres viejunos se sentaron en las sillas preparadas
en el escenario cara al público acompañados al piano por quien presentaron como
el hijo de Adolfo y comenzaron su concierto.
He visto en varios videos como los tres
mismos que sobre el escenario desarrollaban su buen hacer artístico lo hacían
tocando guitarras los tres, aquí solo dos, el del centro, el Cánovas, gordo, viejo, con gafitas, barbudo,
con mirada difusa al frente, sentado con las manos en las rodillas no lo hacía,
era extraño, “para qué”- diría, “si tampoco aporto mucho”, eso lo digo yo que
deduzco este pensamiento a sabiendas de estar acompañado por dos buenas
guitarras, aunque uno, Guzmán, más que el otro, Adolfo. Lo cierto es que la
conexión público-artista, era la ilusión de cada cual o a través de sus
canciones y voces, puesto que no lo sería por su pose, estática, sentadones, casi
repanchingada de Adolfo, algo más activa de Guzmán, ni por sus diálogos,
aburridos, sin interés más que algún dato, autor de la composición, año o algo
así, ni siquiera por su estética que
solo les faltaba tocar en pantuflas. Todo el conjunto aparentaba lo que era,
una reunión de viejos camaradas, cantando y tocando sus viejas canciones y de
paso coloco al chico del piano, que p’a eso es familiar. Esto es, nada
especial, que no sea su reunión, sin banda, sin arreglos, en crudo, nada nuevo,
todo el mundo deseaba oir sus canciones añejas y exitosas, ¡y lo sabían! Es de
agradecer que al menos nos deleitaran con ellas ese fue su ejercicio de
sinceridad. Puesto que efectivamente, otra cosa eran las canciones…, y en
realidad, al menos yo, para eso estaba allí.
Abstrayéndose como siempre de tanta y
tanto bobo pensamiento quedaba el sonido musical, la música, las canciones, la
melodía, la armonía vocal ese era el quiz de la cuestión y resulta que se llegó
al sustrato musical que diría la París de una manera preciosa. Se desarrollaban
los temas con una suerte de fluidez, por su brevedad, presentándose tan sencillas ellas, tres voces, dos guitarras
y un piano descubriéndolas a través de sus primeras notas con gozo. Sonando
bien y cantando bien a pesar de alguna olvidadiza
estrofa, pero siempre armoniosos.
Un repaso a sus mejores, sin duda,
canciones, sin pesadas promociones tan deseadas por los artistas, tan aburridas
para el público, al menos en sus comienzos, ¡tiene que ser en cierto modo
terrible haber tocado una canción miles de veces! Y tener que seguir haciéndolo
gustoso para el único momento de sus seguidores en el que se plantan delante de
ellos dispuestos a escucharlos, pero lo hicieron aparentemente dispuestos. Una detrás
de otras conseguía en mi espíritu una suerte de satisfacción maravillosa,
siendo como regocijarme en un sonido que siempre he admirado, en cierto modo nostálgico,
pero contradictorio por ser vivido en presente que me llenaba de emoción, esa
emoción que me aportan las canciones bonitas y que además he hecho mías por
llevarlas a mi propia manera de vivir, ser parte de mi.
Es de agradecer estos acercamientos a la
esencia de las canciones en directo tan acostumbrado como esta uno de traérselas
en diferido, que también está bien, pero en este caso tratándose de canciones
que me han atravesado el corazón, más aún.
Salimos
de allí deleitosos y maravillados por lo bueno y por lo tanto…
Rafael Cuevas 11 de marzo de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dilo