El misterioso caso del coche móvil
Vivo en un barrio residencial como otro cualquiera a las
afueras de Madrid, mantengo con los vecinos una relación cualquiera, con
algunos de ellos, quizás, más íntima y amistosa, tanto como para conocer
nuestras vidas y movimientos. Es por ese conocimiento por lo que a través del
vehículo de un vecino de los que conocía de cerca, aprecié, sin ni siquiera
caer en su seguimiento, un extraño comportamiento, y no por no comprender los
motivos de sus apariciones y desapariciones, sino por resultar del todo
sorprendente que estas nunca las llegue a visualizadas personalmente.
No hacía mucho tiempo recorríamos en ese mismo coche, casi
a diario pequeños tramos circulatorios, propios de una relación cordial y
fluida que de alguna manera nos obligaba a compartir, probablemente estas eran
debidas a un tránsito cotidiano por la calle que delimitaba la zona de
viviendas en el que habitamos, pura coincidencia.
Es por eso por lo que desde no hacía mucho estaba
sorprendido de que esos encuentros no volvieran a producirse, o que se
encuadrasen en el la más remota casualidad. Tanto es así que, llegue a pensar
que aquello no era posible dentro del normal cálculo de probabilidades y que
los movimientos, ya digo, apariciones y desapariciones del coche de su
propiedad estuviese movido por alguna fuerza extraña o desconocida, pues, no
podía imaginar que estos fueran debidos a premeditados intentos de esquivar que
fuesen presenciados por persona alguna, del tipo, asomar la cabeza y si no hay
nadie, salir presuroso a los asuntos.
Si bajaba por la calle camino del banco o cualquier
compra cotidiana por ejemplo, y reparaba en la presencia del coche a un lado de
la calzada, a la vuelta, lo podría encontrar en la otra acera, más arriba o
abajo, dado la vuelta o había desaparecido, para más tarde, si volvía de nuevo
a salir, pues acostumbraba a ausentarme de casa dos o tres veces a la mañana,
lo podía encontrar de nuevo aparecido o en su defecto, si acaso hubiese
permanecido en el mismo lugar que mi anterior salida, haber este variado de su situación
previa. Todo un misterio, pues como digo, jamás veíamos a su propietario
realizar esos desplazamientos.
Es por ello por lo que me encuentro aquí, doctor, pues
todo esto empezó a obsesionarme de una preocupante manera. Cada vez que salía
de casa, mi primera mirada ansiosa se dirigía a intentar encontrar ese vehículo
de entre las filas de ellos que destacaba por su brillo especial de intenso color
verde. Yo empezaba a intuir que si acaso no estuviese presente a la vuelta de
mis quehaceres lo encontraría aparcado en alguno de los huecos de la calle,
como efectivamente así ocurría. En mi delirante obsesión, algún día permanecí
oculto tras un muro cercano durante varias horas, para ver si podía contemplar
el extraordinario suceso por mis propios ojos, pero como suele pasar con estas
cosas increíbles no se dejan ver tan fácilmente cumpliéndose la fatídica ley de
Murphy.
Han pasado muchos meses desde entonces lo que me han dado
la suficiente entereza para pedir un diagnóstico mental. Como usted verá me
encuentro muy debilitado y cansado, y ya no puedo soportar más esta
incertidumbre. Dígame, por favor, doctor, ¿Quién mueve el coche de mi vecino? ¡Digamelooo!
¡Ahgggg!
Rafael Cuevas
16 de julio de 2013
Este es un relato breve contra la incomunicación.
Me tenías completamente enganchado con el relato, cuando al final me has tranquilizado diciendo el motivo que te ha llevado a escribirlo: la incomunicación, ese gran problema de las grandes ciudades (sobretodo) que puede conducir al aislamiento. Y eso sí que es un gran problema.
ResponderEliminarSaludos.