I
Alargué la mano fuera de la cama rebuscando por las
cercanías del suelo el Ipod que había depositado hacía tan solo unas horas,
justo cuando estaba sonando la canción de Christophe - ' de 1968. Imaginaba
somnoliento que significaba ese lamento, pues así lo interpretaba yo, ¿será, yo
lloro y lloraré? ¿Rezo y rezaré?, me prometí enterarme al día siguiente, de
cualquier manera el dramatismo de la canción no me apetecía en aquel momento y,
estaba seguro de haber dejado el reproductor de música debajo de la cama cerca
de la pata de la misma, que incluso recordaba haber palpado ésta como
referencia de la ubicación del aparato. Tras varios intentos de querer sentir el
contacto con el susodicho realizaba círculos cada vez más amplios, mientras
las yemas rozaban el suelo, desistí de la búsqueda para seguir retozando un
poco más. Era domingo y en un principio no tenía planeado ninguna actividad que
me condicionase a levantarme, ya saldrá sola -pensé-, pues a poco que uno se levanta empiezan
a surgir, obligaciones personales, o no, como sudar un tanto los cubalibres de
la noche anterior que, si bien, en un principio lo hace uno con inapetencia
acaba por resultar gratificante y, el esfuerzo que supone, se da por bueno.
Al momento, di un respingo, con el que salí medio cuerpo de
la cama asomando la cabeza y alargando más si cabe la mano. Cómo era posible
que no estuviese allí, estaba seguro de haberlo dejado, y nada, no era capaz de
encontrarlo. Ya por fin, puesto que tal era mi convencimiento, asome la cabeza
completamente bajo la cama. La poca luz que se filtraba por las rendijas
abiertas de la persiana dejaba ver, entre el polvo que se acumula en tan
singular lugar, a mi dispositivo de mp3, desplazándose por sí mismo,
arrastrando los auriculares que llevaba acoplados, habiendo dejado un peculiar
rastro: un sendero libre de polvo, al estilo de las marcas que dejan las
serpientes al reptar sobre la arena seca.
Asombrado, de un salto me coloqué de rodillas en el suelo y
con la cabeza medio introducida bajo la cama, pude efectivamente, comprobar que
el aparato se movía por sí mismo, y que estaba a punto de salir por el otro
lado de la amplia cama, luego, aunque quisiera y, por mucho que estirase el
brazo, no llegaría a alcanzarlo. De dos zancadas atravesé por encima hasta
llegar al otro lado por donde estaba a punto de asomar el chisme, que amenazaba
desquiciarme. De una brazada rápida le agarré como quien coge una mosca al
vuelo en el interior de la palma de la mano. Me incorporé de pié y fue cuando
sentí su movimiento, al igual que las moscas intentan escaparse cuando están así
de atrapadas, o como las cosquilleantes y frías patitas de un hámster, solo que en este caso me asusté. ¿Cómo era
posible aquello? Abrí la mano de golpe y éste fue a caer encima de la cama y en
el movimiento, algo así como ralentizado, pude contemplar como una especie de
patitas milimétricas salientes de la base del reproductor pataleaban en la
caída, lo mismo que una especie de bracitos que se extendían cada uno de sus
laterales buscaban el equilibrio. No pude menos que echar un paso atrás
horrorizado

II
No quisiera hacer un detalle pormenorizado de los hechos,
hasta llegar al momento en que me vi delante del Ipod al que había dejado en el
borde de un estante, del que le colgaban las piernecitas, estas que surgían de
su cuerpo como le surgen los cuernos a un caracol, y que movía infantilmente adelante y atrás
mientras me hablaba, este comportamiento que bien pudiera parecer infantiloide
distaba mucho de la seriedad y rigor con que lo exponía. Tan sólo decir que
pasé del estupor al delirio, del miedo al pánico, de la razón a la locura, para
por fin establecer dentro de los cánones de lo medianamente comprensible un
sistema de entendimiento con la maquina: Él, ello, o eso, hablaba a través de
los auriculares con ese lenguaje metálico que a veces derivaba al acento
portugués, aun a pesar de hacerlo en español; luego me dijo, que esto era
debido a un defecto del programa que los desarrolladores de itunes no habían
podido mejorar, que él también lo lamentaba, pero no podía hacer nada. Yo, sin
embargo, bastaba con hablarle al aire, para que él lo captara e interpretara lo
que dijera, como si hablase con alguien inteligente capaz de razonar. Al cabo
del tiempo, comprendí que sus razonamientos eran primarios, aunque contundentes
y severos, primarios porque parecían ceñirse a órdenes, casi robóticas que
cumplía al instante, pero, y ahí es donde está lo curioso, había desarrollado
por sí mismo un código de conductas basándose en una nueva combinación de la
multitud de factores de funcionamiento programados, que es lo que le daba
autonomía propia, tanto como para alcanzar estados orgánicos utilizando micro
partículas y células que se adherirán al aparato y que pertenecían a su
propietario y a la postre usuario, que era yo mismo, por lo tanto podría
decirse que era carne de mi carne.
La razón principal de su intento de fuga, y digo intento pues,
no quiero ni pensar donde iría a parar si no lo hubiese descubierto justo antes
de poder haberlo perdido de vista, como esas tantas veces que me obligaban a
buscarlo por todos lados hasta dar con él, y que sí, eran escarceos de una
huida que planeaba despacio, lentamente, para una noche, por ejemplo en Abril;
la razón principal digo, era que últimamente estaban apareciendo en las listas
de reproducción canciones, o artistas que él consideraba infames, que después
de haber reproducido a tan, y tantos excelentes artistas o canciones no podía
soportar la inclusión de la comercialidad, lo cutre y el mal hacer. Pareció
comprender mi explicación, cuando le dije que esto era debido a recrearme en
una añoranza casi nostálgica de una época en la que descubría la vida a través
de esas canciones, y que le prometía no volver a caer demasiado en ese pozo
oscuro. Al final pude convencerlo para que permaneciera a mi lado aunque
debiera darle explicaciones si acaso se pudiera sentir ofendido. Desde
entonces, llevamos una existencia más compenetrada, sincronizada le gusta
decirle él, que nos sirve de entendimiento mutuo que alcanza estados de
satisfacción memorables, pues hay veces que su selección, oficialmente llamada
Random, me llega a gustar más que la mía propia…
III
Una mano se alzaba lentamente, muy lentamente, por el aire.
Era como la mano y el brazo de un gigante que amenazaba con arrasar y aplastar
a su paso todo lo que se pusiera en su camino, como esa casita bajo a la sombra
de esos árboles hacia la que se dirigía. Era como una especie de Gulliver
recostado, que al bostezar estiraba los brazos amenazando lo que estuviera a su
paso. De pronto un dolor intenso obligó a un grito reflejo provocado por el
golpe al, ya por fin, terminar por posarse con una especie de aceleración final
contra algo duro y punzante. El dolor le despertó resoplando junto con movimientos
oscilantes de la mano resentida. Era su mano izquierda que al caer
violentamente había golpeado contra el pico de la mesilla y al rebotar ir a
chocar en la metálica esquina del ipod que por mala suerte había depositado de
pie, hacía tan solo unas horas en el suelo, la lado de la pata de la cama en la
que había pasado la noche…
Rafael Cuevas. 24 de junio de 2013 Pd: IO PREGO E PREGHERO : Yo rezo
y rezo