Desde el mismo momento que empezó a salir a luz pública el
debate sobre la obligatoriedad del casco en bicicleta me visualicé con el
mismo, con el convencimiento de que efectivamente, esa norma se aplicaría. Y no
es que uno sea un visionario que adelanta el futuro, he de reconocer que
mantengo un hilo de esperanza de que no se lleve adelante, pero harto se está
de ver que se lleven a cabo los malos presagios que acaban con mi propio
bienestar, por no decir el de todo el mundo. Y sí, es bienestar el circular en
bicicleta sin casco, y el que renuncie a él, pues muy bien, pero que no me
obliguen, ¡por favor…!
He oído decir argumentos peregrinos que pretenden justificar
el hecho, como… ¡y se quedan tan panchos! que los gastos que provocan la
atención a heridos o afectados por un accidente ciclista de quien circulaba sin
el CASCO (helmet, en inglés) no tendrían por qué hacerse con cargo a la
seguridad social, y cuando digo peregrinos, es ni más ni menos que hasta qué
punto puede llegar la perversión mental que provenga de esas premisas.
¡Cobréenselo también los gastos médicos
al enfermo pulmonar que ha fumado! ¡Al enfermo cirrótico que ha bebido! ¡Al
hipertenso que abusa de la sal! ¡Póngase un policía que investigue los casos!
¡Oblíguese al bañista a nadar con salvavidas! ¡Al conductor con casco! (esta
debe ser de las pocas obligaciones de la que todavía esta liberado el
conductor). Quizás esté dando ideas a las mentes legisladoras, quizás estas
sean parcelas de legislación todavía por explorar. Un posible futuro negro
sería el del carnet de impureza, según el cual todo aquel que haya llevado una
vida saliéndose de las reglas de salubridad, estaría obligado a abonar un plus
que compensara el gasto que supondría una hipotética cura
.

Señores, por favor, no hagamos un abuso de normativas ni
legislaciones de todo lo posible. No hagan que el ciclista se convierta en un
paganini más de multas que arreglen cuentas públicas. Dejemos espacios de
libertad individual aunque para algunos se estén rozando los límites de lo
razonable o justificable, ellos sabrán por qué. Dejen que el viento me acaricie
la cara libremente mientras circulo a 15 km por hora (ya llegué a decir alguna
vez que mi límite de comodidad está en 18 Km/h, a partir del cual el esfuerzo
ciclista empieza a ser dificultoso, sí, es patético, pero es el mío) No
conviertan al ciclista en un fuera de la ley, huyendo u ocultándose de los
guardianes con porra y pistola. No obliguen a la molestia de tener que
arrastrar durante nuestra existencia ciclista el incómodo artilugio cabecero.
Que sean los propios usuarios de la bici los que decidan por sí mismos, o los
padres por sus hijos. No se pretenda civilizar Europa desde debajo de los
pirineos cuando ha sido por encima de donde provenían las mayores avances de
cultura y civilización, al ser este el único país de la UE que implante la
medida. No quedemos como imbéciles al pretenderlo, demostrando la falta de
imaginación al intentar regular el boom ciclista a base de normativas
represoras.
No, por favor, olvídense, miren para otro lado, no la tomen
con las bicicletas, sigan haciéndolo con los conductores de coches, que esos se
lo tragan todo, menos el humo, ese que nos tragamos los ciclistas.
Pero dejémonos de tonterías e idealismos, la regulación del uso de las bicicletas en
vías urbanas pretende actuar como sólo saben hacerlo las leyes sobre algo que
se ha disparado en exceso, así como en su día se quiso regular el uso de
internet. Aquí no se ha tenido en cuenta, o poco, la explosión ciclista, de
repente se comprende que hay muchas bicis por todos lados, que esto no está
bien, que hay que redirigirlas; son las acciones del poder, las que deciden
desde sus criterios de teórico beneficio social y otorgándolo como un supuesto
bien, los ciudadanos debemos firmar ese contrato invisible que se nos plantea,
si no, seremos multados. Todo esto no viene a ser más que una acción de control
sobre la población que estaba en espacios de, podríamos decir, pequeña libertad
prestada, ahora, hay que devolverla.
Rafael C.