jueves, 23 de abril de 2015

Escuece la herida de este Atleti

Ya estamos aquí otra vez con el lamento, con la rabia y con la pena. En los previos todo indicaba que podíamos  hacerlo, que los dioses del triunfo y del éxito nos brindaban la ocasión para alcanzar uno de los últimos peldaños del Olimpo futbolero como era el paso a semifinales de la Champions, a sabiendas que los que aún supuestamente estarían por venir se antojaban quizás más difíciles visto lo visto, esto es, el Barça intratable y el Bayer poco más o menos.
Entonces ahí estaba el Atletí, mi atleti dispuesto a medirse contra la soberbia del que se sabe y siente poderoso, que alardea y reboza su cristalería metálica en las vitrinas de su palacete de Concha Espina, los que patetizan y minimizan nuestro orgullo tantas veces reconquistado desde nuestro chalecito con olor a meado sito en la ribera del manzanares y, ahí estaba, a la conquista del trono de hierro arrebatado en Lisboa en el minuto 97 y donde ahora se sienta el tan odioso rey del tan odioso reino, y ¿qué pasó?
De un plumazo se nos devolvió a donde nunca debimos osar asomarnos, porque la osadía merece entrega y convencimiento, ganas y resolución y no encogimiento, arrugarse, temeridad; esa osadía merece asumir riesgos, tener confianza en que la lucha es de igual a igual, de once con gruesas cuentas corrientes contra otros once de magras cuentas,  corriendo por una pradera maravillosa dando patadas a algo que es blando y rueda, nada aparenta ser más fácil para la incruenta batalla, pero va a ser que no, unos se lo creyeron mucho, y cuando digo mucho, quiero decir mucho más que los otros y pasó lo que no deseaba que pasara. Apagué la tele, no encendí la radio, me vi un capítulo de juego de tronos, creyendo que así me alejaba de mi sombra, lo que es imposible. Un sueño dulce me asaltó por la noche cuando sentía las razones de mi afición: “it's just exciting” (simplemente es emocionante)
Amaneció, tras desperezarme me dispuse a levantar la persiana para lo cual debo de estirar de la correa que lo facilita colocado al lado de la ventana. En el mismo momento en que ya se podía contemplar el exterior  percibí con horror como un vehículo triste y gris que se desplazaba  bajo la misma ventana ondeaba a su paso una de esas banderitas blancas, escudito  incluido, con el que habían formado el mosaico en el estadio donde se desarrolló el  lastimero duelo.

Rafael Cuevas

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