Ya estamos aquí otra vez con el lamento, con la
rabia y con la pena. En los previos todo indicaba que podíamos hacerlo, que los dioses del triunfo y del éxito
nos brindaban la ocasión para alcanzar uno de los últimos peldaños del Olimpo
futbolero como era el paso a semifinales de la Champions, a sabiendas que los
que aún supuestamente estarían por venir se antojaban quizás más difíciles
visto lo visto, esto es, el Barça intratable y el Bayer poco más o menos.
Entonces ahí estaba el Atletí, mi atleti dispuesto a
medirse contra la soberbia del que se sabe y siente poderoso, que alardea y reboza
su cristalería metálica en las vitrinas de su palacete de Concha Espina, los
que patetizan y minimizan nuestro orgullo tantas veces reconquistado desde
nuestro chalecito con olor a meado sito en la ribera del manzanares y, ahí
estaba, a la conquista del trono de hierro arrebatado en Lisboa en el minuto 97
y donde ahora se sienta el tan odioso rey del tan odioso reino, y ¿qué pasó?
De un plumazo se nos devolvió a donde nunca debimos
osar asomarnos, porque la osadía merece entrega y convencimiento, ganas y
resolución y no encogimiento, arrugarse, temeridad; esa osadía merece asumir
riesgos, tener confianza en que la lucha es de igual a igual, de once con
gruesas cuentas corrientes contra otros once de magras cuentas, corriendo por una pradera maravillosa dando
patadas a algo que es blando y rueda, nada aparenta ser más fácil para la
incruenta batalla, pero va a ser que no, unos se lo creyeron mucho, y cuando digo
mucho, quiero decir mucho más que los otros y pasó lo que no deseaba que
pasara. Apagué la tele, no encendí la radio, me vi un capítulo de juego de
tronos, creyendo que así me alejaba de mi sombra, lo que es imposible. Un sueño
dulce me asaltó por la noche cuando sentía las razones de mi afición: “it's
just exciting” (simplemente es emocionante)
Amaneció, tras desperezarme me dispuse a levantar la
persiana para lo cual debo de estirar de la correa que lo facilita colocado al
lado de la ventana. En el mismo momento en que ya se podía contemplar el
exterior percibí con horror como un vehículo
triste y gris que se desplazaba bajo la
misma ventana ondeaba a su paso una de esas banderitas blancas, escudito incluido, con el que habían formado el mosaico
en el estadio donde se desarrolló el lastimero
duelo.
Rafael Cuevas
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