Capitalismo de salón y JOTA.
Vale, partamos de la premisa de que siempre ha habido y
habrá listos y tontos. Esos primeros son los que se han encargado previamente de reservar mesa
para el concierto y los segundos somos los que llegamos y nos encontramos que tenemos que soportarlo,
dure lo que dure, de pie, de plantón;
los primeros los que convocan al personal a cierta hora para retrasar
deliberadamente el acto casi cuarenta minutos, supongo que para poder consumir
durante ese tiempo y así aumentar los ingresos y, los segundos los que haciendo
malabarismos podemos llegar a la hora prevista teniendo que aguantar ese tiempo
añadido de espera ¡y consumo! Unos los
que se tienen por graciosos, otros los que les reímos las gracias, que maldita
la gracia que tenía; Los que alrededor de su mesa disponían de sillas de más y
que utilizaban las sobrantes para colocar sus pertenencias al alcance, a la
vista y sin vergüenza, si algún tonto se la solicitaba, o la cedían de mala
gana, o se excusaban de una ocupación que no acababa de llegar; los que
cortaban la señal de teléfono mediante un inhibidor de señal (¡algo inaudito!) a
todos los asistentes porque unilateralmente deciden que eso está bien,
jactándose de ello, y los que lo consentimos con sorprendida tolerancia; los
que te cobran cinco euracos por una cerveza y los paganinis sumisos; los que se
colocan estratégicamente para realizar las grabaciones de video desde distintos
ángulos y los lelos que debemos evitar interponernos con mirada precisa de
delineante; los fotógrafos variados que
tomaban fotos a todos los presentes desde distintos ángulos y los que posaban fingiendo el gesto, en honor a la verdad he de reconocer que gracias a
cosas como estas y otras, toda la sala se iba homogeneizando a la tontería.
Pero había aún allí algunos que gozaban de amplios espacios
como sofás que despanzurrados en los mismos sin levantar el culo, no vaya a ser
que alguien se lo quite, parecía que acotaban su privilegio de manera casi
altiva, abriéndose de piernas y colocando los brazos extendidos sobre sus respaldos, ocupando así cualquier
resquicio que fuera a rellenarse con algún “pringao”
Dicho esto, que igualmente forma parte de la experiencia que
supone presenciar un concierto musical, empezó el gozo.
Es Carmen París mujer de singular talento que como bien
destacó Fernando Iñiguez, allí presente, a la postre conductor del programa Tarataña
de radio tres, “lo es en un país de mierda, que no reconoce ni valora a sus
artistas” (literal) Algo que repitió la propia Carmen incluyéndose entre los
susodichos sin modestia ninguna, para qué, lo sabe porque se siente artista y
en efecto, lo es. Lo cierto es que Fernando I. se declaró amiga de la artista
lo que por otro lado no deja de sorprenderme lo amigos que se hacen los que
están en otras dimensiones de la sociedad, no así los simples mortales que
vamos a los espectáculos y nos volvemos a casa tal cual salimos, más o menos
regocijados, es lo único.
Me encanto Carmen, y lo hizo por su desparpajo, simpatía,
naturalidad y sencillez, a la vez que verdadero portento en el canto y
composición de las canciones y lo que es mucho más difícil, la innovación vanguardista
creadora de un peculiar estilo que no es porque sea el suyo, sino por ser de su
invención, de quién sino sería el atrevimiento de fusionar la jota y el jazz
quedando esto, algo así como bien resuelto. Lo que cabe deducir es, cuál es el
estilo que mejor se adapta a la fusión, el Jazz o la Jota, el ajo o el perejil
o, incluso la genialidad de conformarlo bien integrado cual preparado para
rebozar, rebozarnos.
Presentaba las canciones Carmen con gracia y salero,
desenvoltura y campechanía, puedo llegar a decir que incluso excesiva puesto
que cuando tocaba trasladarla al inglés pudiera parecer que lo hacía entre risas,
o al menos marcando la diferencia de su concepción en uno y otro idioma como
buscando una justificación, que siendo honestos con el arte: ¿Debiera de hacerlo?
Un excepcional acompañamiento musical de una calidad
inaudita, compuesto por un Cubano al piano y dirección musical, un baterista
Uruguayo y un contrabajo Baturro, formaban una deliciosa base musical
jazzística con algunos picos o improvisaciones solistas, en la que Carmen se
sentía comodísima desarrollando los temas con espectacular maestría. Revisando
en clave de jazz, algunas de sus anteriores trabajos en lo que según nos dijo,
se habían quedado a las puertas de este estilo, lo que también nos dice lo
cerca que andaba de él. De cualquier manera tocó varios palos: jota, jazz, afro
cubano, hasta casi chotis, adaptándolos a su particular estilo tan maravilloso.
Una artista total. Incluso se permitió el lujo de completar la actuación con el
único vis del concierto, haciéndolo en solitario, tocando el piano mientras
cantaba, una especie de potpurrí de joticas, o coplas modestas que ella se
encargaba de hacerlas grandes.
En honor a la verdad debo de decir que apreciaba un cierto
malabarismo, aunque eso sí, no se le caían las bolas y eso que lo hacía con
ocho, cuando buscaba cantando, y encontraba, introducir una esencia jotera,
pues realmente era capaz de condensarla, en tan complicado estilo musical que
por otro lado tanto absorbe, como es el Jazz. Ese tal malabar artístico se
encontraba, o al menos eso apreciaba yo, más cómodo cuando la canción giraba al
español, daba la sensación que era como que había atravesado un túnel y en un
punto salía a la luz, y no porque uno entendiera el idioma sino por parecer la
canción realmente liberada de una atadura que la forzaba a fingir. Por otro
lado es cierto que esto también aportaba
a la canción de una belleza especial.
Para terminar sucedió algo igualmente inusual, el barbudo
colaborador de El intermedio, pretendidamente gracioso, llamado Antonio
Castelo, que como digo, de gracioso nada, volvió de nuevo al escenario,
temiéndome yo el insufrible castigo de su presencia y lo hizo para realizar una
entrevista en directo, con preguntas de la propia audiencia que el susodicho se
encargaba de embadurnar, unas azafatas muy juvenilmente azafatadas, prestaban
el micrófono al quien se lo solicitara. Era como en esos partidos de Roland
Garros en el que una vez acabado entrevistan desde la pista de tenis a
los jugadores. Todo parecía moverse, imagino que por desgracia, que no por
gracia del conductor, entre los términos de jocosidad absurda, como el hecho de
solicitar a los preguntadores por su signo de zodicaco y respeto del
respetable, pero esta situación nos presentó a Carmen París desde otro ángulo,
del cual, generalmente huyen los artistas, saliendo pitando de los escenarios y
que ella aguantó con simpatía y profesionalidad, a pesar de vérsela algo
afectada por la voz tras un imponente concierto.
Cuanta Carmen que una profesora de canto en su infancia la
auguró que si se dedicaba a cantar la Jota, acabaría con las cuerdas vocales
destrozadas puesto que la exigencia de tal cantar es de grado sumo. Ella se
dedicó durante unos siguientes años al baile que no al cante, lo que la
preservó de tales efectos. Una vez retomado su camino de cantora dejando tras
de sí un sin par rastro de colaboraciones, compromisos y cuatro maravillosos
discos publicados, Carmen modula su voz de manera poderosa y magistral,
guardándose para sí el punto alto de la vibración vocal con un elegante
requiebro, adorno que la libera de destrozar su garganta, aunque más de uno
echara de menos en alguna ocasión más la entrega suicida del artista.
Salimos del local, la sala Galileo Galilei, presurosos
después de haber pagado tan solo once euros, cuando en realidad costaba diez,
ya un listo se encargó de cobrarnos por los gastos de gestión un euro de más,
algo que por otro lado no van a ninguna parte, y digo presurosos puesto que
habíamos dejado nuestro coche en un garaje de otro listo que nos cobró diez
euros, (lo mismo que por una entrada), por el rato que permaneció en su nave
resguardado y que clausuraba sus puertas a las doce en punto, lo que nos
obligaba a estar pendiente de no sobrepasar esa hora. Visto así no parece justo
que el precio de la entrada de un concierto y lo que ello conlleva sea
equivalente al guardar nuestro vehículo y lo que ello conlleva.
Pequeños momentos mal tomados con el movil (detras del pianista, arriba un poco a la derecha se encuentra Fernando Iñiguez)
Ya que salimos algo precipitados dejando en el escenario al
barbudo sin gracia y la graciosa sin barba, lo hicimos con ganas de algo más,
que fuera tomarnos algo comentando la jugada y así lo hicimos. Este Veroño
madrileño invitaba a una terraza de aire libre pero las circunstancias nos llevaron
al garito de referencia: El Cocodrilo, propiedad y gestionado por el único
superviviente del grupo Burning, (Johnny Cifuentes, teclados) ubicado en
nuestro modesto barrio. Introduciéndonos comprobamos que se estaba
desarrollando una actuación musical, que aunque parezca mentira en ese momento
no nos apetecía, luego…, salimos igual que entramos, aunque algo incómodos, no
me gusta despreciar, así sin más, tales
espectáculos, por lo que fuimos al otro bar de copas que se encuentra
justo al lado. Al rato, fue ella quien reparó: todos los presentes en el local
eran feos. Comenzó nuestro gracioso repaso y comprobamos que el pub estaba
efectivamente lleno de tipos y tipas de sorprendente fealdad, algunos incluso
en quienes la naturaleza, o los años de amargura, se había cebado en ellos,
pues entre quienes estaba medio borracho, o borracho entero, hablaba a voces, o
contemplaban la televisión con inusitada bobería en silencio, no había alguien
con apariencia de algo de felicidad, ni siquiera cercano a la hermosa edad de
oro de la vida, y sí maduritos abandonados con dilatados triponcios. No es que
suela dar importancia a estas cuestiones, antes bien, se la quito, en parte
porque todos sucumbiremos en tales desagües directos al vertedero, más pronto
que tarde. Tan solo fue un rato de gracia promovida por una circunstancia
extraña que nos produjo una hilaridad, la misma con la que abandonamos el sitio
para irnos a soñar acurrucados por los ecos de la bella, eso sí, actuación que
habíamos presenciado tan solo un par horas antes.
RfCS
Esto es lo que se dice cerrar el circulo, se empieza con el feo comportamiento de la gente y se acaba viendo feos en un bareto…eso si un paréntesis que al parecer fue tan bonito que eclipso todo lo demás.
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